La pepsina es una enzima digestiva que se encuentra en el jugo gástrico. Proviene de otra enzima llamada pepsinógeno, más estable y menos activa en soluciones no ácidas. La pepsina se forma cuando el pH se vuelve más ácido, alrededor de 1,5 a 2. Este proceso se da en el inicio de la digestión, cuando ya hay alimento en el estómago.
Cuando el pepsinógeno se convierte en pepsina, hay un cambio drástico en su estructura, y este cambio no se puede revertir fácilmente. Para que la pepsina funcione, necesita un ambiente ácido, y esto se logra gracias al ácido clorhídrico en el estómago.
La actividad de la pepsina depende del nivel de acidez. Permanece estable hasta un pH de al menos 8. Dentro de este rango, puede activarse o desactivarse según sea necesario, asegurando su función a nivel digestivo.
La digestión es el proceso que se inicia al ingerir alimentos y consiste en descomponerlos para que pasen de ser partículas grandes a nutrientes que nos proporcionen energía y contribuyan al crecimiento y a la reparación celular.
Cuando consumimos un alimento, la degradación de este se produce por dos vías: la mecánica y la química. La primera, es la que realiza nuestra mandíbula y conjunto dental al masticar; en la segunda, un conjunto de enzimas serán las encargadas de proceder a una degradación mucho más completa. Estas enzimas digestivas serán distintas según en función del macronutriente (carbohidratos, grasas o proteínas) a digerir.
Cuando el bolo alimenticio se encuentra en el estómago, éste secreta una mezcla de compuestos que conocemos como "jugo gástrico" y que contiene agua, moco, ácido clorhídrico, pepsina y factor intrínseco. De estos 5, la pepsina es la fundamental para la degradación de las proteínas en péptidos y aminoácidos que posteriormente serán absorbidos en el intestino delgado.
La acción de la pepsina en el sistema digestivo comienza cuando el bolo alimenticio llega al estómago y se mezcla con el jugo gástrico. En el revestimiento gástrico, las células principales liberan la forma inactiva de la pepsina, conocida como pepsinógeno. Este pepsinógeno, en un entorno ácido, se activa para convertirse en pepsina. El ácido clorhídrico presente en el jugo gástrico es esencial para esta activación.
A medida que el bolo alimenticio se mueve hacia el duodeno, el pH aumenta, volviéndose menos ácido. Cuando el pH supera 6, la pepsina regresa a su forma inactiva. Esta capacidad de cambiar entre formas es crucial y se estudia especialmente en el contexto del reflujo gastroesofágico.
La potente actividad enzimática de la pepsina puede representar un riesgo de autodigestión, por lo que la capacidad de la pepsina para cambiar entre formas activas e inactivas según el pH es esencial. Además, el estómago cuenta con un mecanismo protector, como moléculas de bicarbonato en la mucosa, que neutralizan el ácido clorhídrico y desactivan la pepsina.
Después de su papel clave en la degradación del bolo alimenticio en el estómago, este continúa hacia el intestino delgado, donde la digestión sigue bajo la acción de enzimas pancreáticas como la tripsina, quimotripsina, elastasa y carboxipeptidasa.
Beneficios de la Pepsina
La pepsina juega un papel crucial en la digestión de los alimentos, siendo una de las enzimas más importantes. Tanto en su forma activa como inactiva, e incluso en su precursor, el pepsinógeno, regula la función catalítica y el proceso digestivo después de comer.
Cuando hay pepsina en nuestro cuerpo, crea el entorno adecuado para la digestión, permitiendo que los alimentos ingeridos se descompongan de manera óptima. Esto posibilita que el cuerpo aproveche al máximo todos los nutrientes presentes en la comida.
Estudios han demostrado que la pepsina tiene una poderosa actividad enzimática, especialmente en la degradación de ácidos nucleicos. Esto significa que, al ingerir alimentos proteicos como huevos, carne o semillas, la pepsina rompe los enlaces que unen las estructuras moleculares, permitiendo al organismo absorber y utilizar los fragmentos resultantes de la descomposición.
En resumen, la capacidad de la pepsina para descomponer las moléculas de los alimentos facilita un proceso digestivo eficiente y menos demandante para el cuerpo. Esto, a su vez, reduce la respuesta inflamatoria del organismo que se activaría en caso de mala digestión de las macromoléculas.